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domingo, 12 de julio de 2015

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A veces,  solo a veces, uno es vulnerable.  Lee cosas,  ve cosas y sobre todo las siente.  Las siente de tal manera que notas que te dan una patada en el estómago sin tocarte.  Y que el pie que propina la patada se queda ahí clavado,  bajo los pulmones, haciendo esa presión que sólo provoca ganas de vomitar, de llorar, de dormir.  De no estar y poder ser otro. 

A veces las cosas cambian deprisa. Los sueños ya no son sueños y el futuro es sólo una carta en manos del azar. Jugamos con probabilidad de perder más veces de las que deseamos y perdemos mas veces de las que quisiéramos recordar. 

Dejamos de sonreír y fingimos que todo esta bien.  Pero nadie es fuerte siempre.  Y todos, en algún momento,  superamos nuestro umbral de dolor.  Y se nos vuelve a clavar esa presión entre las costillas,  y notamos como si alguien agarrase a nuestro músculo más preciado,  ese que nos mantiene vivos,  y lo apretase como queriendo hacerlo explotar.

Y cuando ya no creemos soportar más,  el corazón se rinde al dolor,  la presión disminuye y vuelve poco a poco a rehabilitarse. 

Poco a poco.  Quizás demasiado lento.

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