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viernes, 7 de agosto de 2015

La vida es eso que pasa mientras cerramos puertas y abrimos ventanas. O mientras construimos muros y saltamos zanjas.
La vida es sencilla: naces, creces evolucionas y mueres.  Desgraciadamente hemos mal aprendido a complicarla. A llenarnos de sueños imposibles, a conseguir más y más y más.  Eso no es felicidad.  Y el fin de la vida debería ser ese: aprender a ser felices,  vivir felices y morir con una sonrisa, porque el día que ya no estemos,  los problemas se van a quedar aquí, pero nosotros no. 

Disfrutar la vida debería ser obligatorio.  Ver un amanecer después de una noche de risas, buscar formas en las nubes,  leer,  dormir mucho y no sólo soñar en sueños.  Pisar cada continente y aprender de cada uno al menos una cosa.   Escribir más cartas y menos mensajes.  Dedicar canciones y amar.  Sobre todo amar mucho y de verdad.  Sin miedo al futuro y a las complicaciones. Amar siempre como la primera vez y no concentrarse en por qué falló la última.  Y sobre todo entender que las heridas se curan y las cicatrices son experiencias y que, a pesar del dolor,  no debemos tenerle miedo a las nuevas oportunidades. 

Alguien dijo una vez algo así como "Lo que haya de llegar, llegará ".

Por eso he decidido no meterle prisa al tiempo. Ahora es el momento de aprender este nuevo camino y de hacerlo a mi manera.  Puertas y ventanas están abiertas y quien haya de quedarse,  encontrará dentro de mi su pequeño hueco. 

Es hora de vivir.  O tal vez de revivir. 

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