La vida de hoy en día se basa en sustituir.

Sustituimos comida por batidos.  Un sueño por un trabajo de mierda. El tiempo con familia y amigos por horas ante una pantalla. Reemplazamos sin darnos cuenta las cosas importantes por las cosas fáciles.  Las que no nos supondrán ningún esfuerzo a largo plazo.  Nos dedicamos a ver pasar la vida, a soñar mediante estados, sustituyendo emoticonos por besos.  Cambiando noches a la luz de la luna por noches frente a un ordenador.  Nos olvidamos de que la vida es más que todo eso.  Que cada respiración es única.  Que cualquier latido puede ser el último y que los sueños nunca son tardíos.  Hemos optado por decir te quiero a través de una pantalla porque decirlo mirando a los ojos nos duele.  Tememos al rechazo y dejamos que gane terreno.  Invertimos el tiempo en mostrar a los demás cuán felices somos, mientras la realidad es que la mayoría de nuestras relaciones se han convertido en una conversación monótona a través del móvil.  Hemos sustituido los libros,  esos grandes maestros,  por programas de televisión inservibles, que no hacen más que atontarnos. 
Sustituimos el sexo por el porno. Un día de playa por días de resaca.  Tememos morir cuando, a veces, estamos muertos en vida. 

Quizás cuando nos demos cuenta de lo gilipollas que se ha vuelto nuestra especie,  vendrá otra a sustituirnos también.